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ISSN 1989-4163

NUMERO 107 - NOVIEMBRE 2019

 

Desde que Soy Madre

Cristina Casaoliva

Sin darnos cuenta la vida nos va segregando, nuestro ritmo de vida, nuestra profesión, nuestra economía, nuestras actividades de ocio, la zona geográfica de residencia nos van alejando de algunas personas y acercando a otras, generando grupos sociales, movimientos compactos y van perfilando nuestra vida social. De cuantas cosas determinan nuestro perfil y nos sitúan en una u otra corriente activa el más determinante es la maternidad. La maternidad, es curioso, es como un tsunami, barre de un plumazo una gran parte del yo construido en tus años previos y saca a flote partes de ti que ni sabias tener. Es demoledor, absoluto y casi mágico.

Se han escrito innumerables artículos sobre la maternidad, alarmistas unos, almibarados otros, manidos y llenos de tópicos los que más y aún recogiéndolos todos no llegamos a conseguir definir los enormes matices que ese acto cotidiano encierra, lo grande, maravilloso y aterrador que resulta.
Soy madre de familia numerosa, tengo tres hijos y a pesar de las incontables personas que me han dicho “que valiente” en su versión más políticamente correcta o “uff estás loca” las que alardean de sinceridad sin cortapisas, sigo pensado que fue la mejor y más arriesgada decisión de mi vida.

No dejan de sorprenderme las muy diversas reacciones que provocamos, desde verdadero asombro, a mal disimulada desaprobación, aceptación sincera de vez en cuando y en contadas ocasiones una corriente de simpatía. Pues, como decía, desde el instante mismo en que nació mi primer hijo sin darme cuenta cambié de bando. Dejé de pertenecer al club de parejas jóvenes, para entrar a formar parte del exclusivo club de la maternidad/paternidad. Este hecho me ha alejado de personas, algunas de las cuales sigo echando en falta.

Con mi primer hijo, entré en fase obsesiva total, sentí un amor tan acaparadoramente intenso que si hubiera podido le hubiera construido una burbuja aséptica, le hubiera protegido del clima, de los ruidos, de las miradas. En esa época las horas se evaporaban a mi alrededor mientras observaba con maravillada perplejidad mi pequeño milagro, sintiendo un inconmensurable amor y aterrada ante los peligros acechantes y mi propia inexperiencia.

En lugar de sesiones de cine de madrugada, cenas con amigos a innovadores restaurantes y visitas a las agencias de viajes en busca de ofertas para nuestra próxima escapada, pasamos a frecuentar parques infantiles, a efectuar visitas al pediatra, a comprar en la sección infantil, a pasar noches en casa y aplazar visitas.

Para los no iniciados, los que no tienen descendencia la maternidad/paternidad es poco más que una pesadilla, una incongruencia incomprensible.

Con mis tres peques, la vida es como una montaña rusa de actividades y emociones, madrugones de fin de semana para asistir a partidos de básquet o a competiciones de danza, tardes en parques , fiestas de cumpleaños con piscinas de bolas, bolsas con vestuario para actividades extraescolares, supervisión de tareas escolares, obras de teatro navideñas, piñas de purpurina y refriados. Un mar de risas y llantos, de juegos y desorden, de sueños y cansancio. Una vorágine de bolsas de desayuno, mochilas de dibujos cargadas de libros y fiestas de pijamas.

Cada vez con mayor asiduidad ver un capítulo completo de una serie a la primera sin caer en un letárgico sueño fruto de la extenuación es todo un reto.

Para los que no son padres es someterse a una tortura sin precedentes y nos miran con pavor y escepticismo, creyendo que en el fondo anhelamos sus vidas.

Lo que no alcanzan a comprender es que ese cansancio, esa carrera diaria, esa maratoniana lista de tareas, a pesar de resultar frenética a días y extenuante siempre, es enormemente enriquecedora. No pueden intuir cuanto amor incondicional albergan nuestros corazones, el maravilloso regalo de la maternidad/paternidad es precisamente ese alejamiento del yo, descubrir en nosotros esa capacidad de entrega, tener el privilegio de mostrarles el mundo y enseñarles a ser a través de nosotros, guiarlos y participar de sus primeras experiencias, compartir sus primeras risas, apoyar sus pequeñas luchas , sanar sus heridas y consolar sus llantos, prepararlos para un mundo basto, hostil y maravilloso dejando en ello parte de tu alma. Arroparlos cada noche y pensar en ellos al despertar cada mañana y notar sus bracitos al cuello en un abrazo eterno, sus voces de miel acariciando tu corazón y sus corazones buscando tu refugio, son vivencias que no se pueden comparar con ninguna otra experiencia humana. Es algo mágico, único y maravilloso. En medio de mi cansancio habitual me siento una privilegiada.

Imagino que en la solitud de su individualismo, en el egocentrismo de su no procreación, las personas sin hijos no alcanzan a comprender lo privilegiados somos, la enorme pérdida que de amor vital que dejan de experimentar y que no hay agotamiento, ni falta de tiempo que lo empañe.

Soy madre de familia numerosa y cada noche me acuesto agotada, exhausta e inmensamente feliz.

 

 


 

 

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